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Opinión

Diagonal

Rafa Gallego

León

Hay un modo de leer el mundo que desfonda. Por el contrario, la sensibilidad escasa de lo práctico disimula mal las pinceladas de trazo grueso que construyen todo lo sólido, todo eso en lo que nos sentimos seguros, todo lo que nos permite andar mirando en diagonal por las mañanas todos esos matices que se presentan, de manera que nos agarramos al asa del café y abrimos la página del día con la convicción insensata de que todo está en su sitio, en el mismo sitio en el que lo habíamos dejado por la noche. En cambio, ese otro modo de leer la vida que evita las diagonales y se detiene en cada sílaba, en cada pausa, desacelera el pulso y dibuja los sonidos de la trompa, la permanencia del ritmo, la luz del sol rebotando en el metal de un concierto de fiesta. Las bandas, todas las bandas, dejaron de ser uniformes desde que ya no tocas el saxofón. Mundo en flauta travesera que escapa de toda diagonal.

Hay una historia de cubanos, un Feliz en tu día para Pablo Milanés del que se habló en una noche con prórroga, un entierro mágico de toneles de caña, las pisadas de Padura en una conversación, ideas, sensaciones en nube que son matices del día, pinceladas sueltas, fotografías, acordes de frío y sueño. Padura, Montalbán, Camilleri detienen la acción en una receta y te obligan a parar el paso. Sí, ya sabes, Mario Conde, Pepe Carvalho, Salvo Montalbano… Historias que se frenan en un plato, zancadillas a los que ven el mundo en diagonal y pasan los episodios de las series de la tele a velocidad acelerada para ver antes que nadie qué es lo que hay al final. Yo prefiero esa cosa de Kostas Jaritos, el detective griego que también nos habla de comida y que se mete en la cama a leer el diccionario. Parar el discurso en el flujo ininterrumpido de las palabras. Ya. Ya sé que eso es agotador.

Déjame que te cuente una historia que podría ser una novela. Piensa en el patio andaluz de una hacienda sevillana una noche de boda. Dibuja un corazón en el centro, un corazón que no late, un corazón gigante que se disfraza de fresa y nata: una tarta nupcial enorme de la que toman porciones los invitados a medida que van saliendo de la sala del banquete. Date cuenta de que llego de los primeros y todavía veo el corazón intacto. Comprende que me habla de ti, de tu ausencia. Que la sangre simulada por las fresas es la piel de mi corazón, que su latido lo destroza, que se deshace en porciones que van a los platos, a las cucharitas, a las bocas de los que llegan participando de la fiesta. Sois todo corazón, fue lo que dije. Corazón y hambre, me corrigió el novio. Y creo que esa era la novela, una novela dulce, una novela que contara la ausencia, la distancia, la presencia poderosa del amor en el punto justo en el que se cruzan las diagonales del patio. Corazón, sí, pero hambre también. Hambre y corazón para traer personajes de novela que cocinan, sueños de música, imágenes expuestas en la noche extraviada. Jóvenes que son corazón y que también son hambre; y nosotros, los que no bailábamos, ocultos en el esqueleto del patio, haciendo de las tripas, de toda el hambre, literatura. Cocinando en frío un corazón. Y, ajena a todo cuanto de verdad pasa, la campaña. En la diagonal, este León en pelea por el voto. Mucha hambre y mucho corazón.

 
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