La secretaria perdió el alma

León

La España vacía tiene demasiados indocumentados en los despachos como para facilitar su vertebración social y económica con las zonas del estado más prosperas y pobladas.

Sin salir de nuestro entorno más próximo, fíjense cuan escasa está de sensibilidad en esta materia la secretaria de estado del Ministerio de Defensa, la leonesa Amparo Valcarce. Natural de la localidad de Fabero, donde inició su exitosa y larga carrera política, nos dejó esta semana, de visita a la provincia, una pedrada contra el presente y futuro de la comarca maragata afectada por el campo de tiro del Teleno. “Un ejemplo de buena gestión”, dijo la secretaria, refiriéndose a todo cuanto afecta a ese territorio leonés, bajo tutelaje del ministerio susodicho.

Siguiendo tan sólo el sentido común parece admisible que un campo de tiro y el desarrollo económico son antagónicos. Los hechos así lo corroboran. El pasado año un incendio provocado por maniobras militares provocó el incendio de más de 3.500 hectáreas. Buena parte de los caminos están intransitables, debido a la acción de los pesados vehículos militares. Dentro del campo de tiro hay vertederos de munición explosionada y sin explosionar. No es preciso seguir enumerando peros.

Más de un cuarto de siglo que lleva ya la señora Valcarce en despachos políticos la han ndejado inerte para entender lo que sucede en el León rural.

Más al sur, en terreno de los ayuntamientos de Castrocalbón y San Esteban de Nogales, la denominada Calzada del Obispo, con pavimentos romanos de más de dos mil años, acaba de sufrir enormes desperfectos por obras de renovación de caminos. Más de un kilómetro de calzada romana ha desaparecido. Una pérdida de patrimonio en zona rural, perfectamente documentado, que por negligencia, ignorancia o dejadez municipal se pierde para siempre.

No hace tantos años que el alcalde de Quintana del Marco promovió la reconversión de las escuelas del pueblo en tanatorio municipal.

El futuro del León vacío se ahoga con las torpezas y la ignorancia de sus propios representantes políticos en la escala municipal. Lo de Amparo Valcarce es más grave, si cabe, porque ella debiera saber –salvo enfermedad del olvido- a qué huelen y lo que precisan los pueblos para no morir de pena.