Opinión

Muerte, duelo y memoria

La firma de opinión de la catedrática de Trabajo Social de la UCLM, María José Aguilar

Maria Jose Aguilar

Albacete

Seguro que muchas de ustedes recuerdan la primera escena de la película “Volver”, de Pedro Almodóvar, donde todas las mujeres de un pueblo manchego arreglan las tumbas del cementerio justo antes del día de difuntos. Hay una frase en esa escena donde el personaje protagonista (interpretado por Penélope Cruz) dice que las mujeres somos las que cuidamos de los vivos y de los muertos.

Limpiar y arreglar las tumbas de los familiares muertos, y recordarlos junto a ellas, es el ritual por excelencia que nos ha permite transitar el duelo y elaborarlo a través del tiempo. Es el ritual que ayuda a mantener viva la memoria de nuestros antepasados y seres queridos.

Honrar a los muertos es un ritual que forma parte de todas las sociedades humanas desde hace milenios. El día de difuntos se concibió para recordar y honrar a los muertos, aunque hoy la palabra muerte ha desaparecido y en su lugar Halloween se ha consolidado como un día para salir a la calle a festejar (y consumir, claro, ya sean disfraces o comida).

El hecho de que las palabras que utilizamos al hablar de la muerte hayan sido casi siempre aterradoras, y que hablar del morir sigue siendo tabú, hace aún más necesarios los rituales para honrar a los muertos.

Por eso en España, un día como hoy, debemos recordar que una sociedad como la nuestra, que destaca a nivel mundial por la enorme cantidad de personas desaparecidas y sin enterrar desde hace más de 80 años, no es una sociedad que pueda funcionar de forma humana.

Como escribió Clara Valverde hace seis años: “tenemos a más de 100.000 abuelos y abuelas sin enterrar aún. ¿A cuántas personas de nuestra generación afecta eso directamente? ¿E indirectamente? Andamos por los campos y las cunetas, y debajo de nuestros pies están miles y miles de personas que el gobierno, ningún gobierno, cree que merezcan ser encontrados y devueltos a sus familias. Eso produce una sociedad muy enferma”.

Una sociedad incapaz de avanzar y madurar democráticamente.

Porque del mismo modo que los procesos personales de duelo son los que nos permiten madurar y crecer en nuestra vida después de una crisis grave o de una pérdida muy dolorosa; como sociedad no podemos crecer democráticamente ni madurar si no enfrentamos los procesos de duelo que como pueblo tenemos que elaborar conscientemente: no ocultar, ni olvidar.

Y eso solo es posible haciendo un ejercicio colectivo de memoria histórica, basado en esclarecer la verdad, hacer justicia y reparar a las víctimas.

 
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