La niña que soñaba con volar
Hayate podía haber sido la protagonista del cuento de una niña soñadora, pero el domingo pasado el terrorismo machista cortó su vuelo para siempre
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Somos nadie: La niña que soñaba con volar
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Las Palmas de Gran Canaria
Te voy a contar un cuento. Alhayaa significa vida en árabe. Había una vez una niña que se llamaba Hayate. Nació en Marruecos, y se crió en ese país viviendo penurias económicas. Hayate era una niña que soñaba con volar, con dejar atrás un mundo dominado por los hombres y plantearse sus propios retos. Así fue como se decidió emprender el vuelo, dejó atrás una sociedad donde las mujeres suelen estar a disposición de los hombres, les toca criar hijos y, sobre todo, obedecer.
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La niña soñadora viajó a Canarias y se estableció en el municipio tinerfeño de Adeje. Se casó y tuvo dos hijos. Pero su marido no la trababa bien y se separó. Trabajó en el servicio de limpieza de un hotel. Hayate hacía honor a su nombre, y quería vivir la vida con intensidad, así que se dio una nueva oportunidad para vivir el amor. En el año 2013 encontró una nueva pareja, se casó y tuvo dos hijos más. Y, a pesar del sacrificio que suponía combinar el trabajo con la crianza de los chiquillos, buscó tiempo para seguir trabajando y también para estudiar. Estudió idiomas y gracias a eso mejoró su formación y pudo dejar el trabajo en la limpieza y comenzó a trabajar en la recepción de un hotel del sur de Tenerife.
Sin príncipe azul
Pero el cuento del príncipe azul era eso, un cuento, en el país de Hayate y también en el país supuestamente moderno donde se había establecido y había creado una nueva familia. Y el marido de Hayate comenzó a mostrar comportamientos violentos. Por eso a los seis años de relación decidió separarse. La economía en el paraíso canario no era tan ideal como había pensado la niña soñadora, y con cuatro hijos y el sueldo que da el trabajo en un hotel era difícil pagar sola tantos gastos, así que siguió con su expareja como compañeros de piso. Pero siguieron los comportamientos violentos y Hayate siguió soñando. Hace unas semanas le había dicho a sus amigas que después de navidades iba e emprender viaje a Madrid, donde vivía una hermana suya, y allí empezaría a soñar de nuevo y a sacar adelante a sus hijos.
Pero el domingo por la noche la expareja de Hayate se convirtió en un monstruo, y en su misma casa la arrinconó con un cuchillo en el mismo momento en el que entraba su hijo mayor, de 16 años, que intentó proteger a su madre. El monstruo apuñaló el cuerpo de Hayate y también hirió a su hijo. Este cuento se acaba de transformar en tragedia sangrienta con el asesinato de Hayate delante de sus dos hijos. Y toca pedirle a las instituciones que tomen medidas para evitar que el terrorismo machista siga acabando con los sueños, la libertad y la vida de tantas mujeres.
Y van los datos, que no son cuentos: No hay personal permanente formado en violencia de género en los juzgados. La Unidad de Valoración Integral carece de personal público permanente y formado. Faltan psicólogos, faltan trabajadores sociales. Durante diez años hubo una sicóloga para toda la provincia de las Palmas. Se marchó y ya no hay ninguna, se externalizó el servicio (“externalizar: dejar los servicios públicos en manos de empresas privadas, las organizaciones de izquierda cuando están en la oposición lo llaman ‘desmantelar o privatizar servicios’, cuando gobiernan aplican la receta de la derecha o consolidan las privatizaciones).