Sociedad

Azoteístas del Lugo: Sueños de resiliencia al drama de la prostitución

Un grupo de mujeres que están o han estado en situación de prostitución han creado una asociación para ayudarse unas a otras a cumplir sus propósitos vitales lejos de la explotación sexual

Reportaje Azoteístas del Lugo e intro Hoy por hoy Las Palmas

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Las Palmas de Gran Canaria

La calle Molino de Viento es uno de los puntos de prostitución más populosos de Las Palmas de Gran Canaria. Una zona céntrica, conocida históricamente como el Lugo, paralela a una de las arterias comerciales más importantes de la capital. A ambos lados, coloridas viviendas de una sola planta convertidas en desvencijados burdeles, encajadas entre edificios altos que surgieron mucho más tarde para acotar el barrio. Sin embargo, como el mundo, como la sociedad, los bloques colindantes tratan de dar la espalda a esta realidad elevando medianeras sin apenas ventanas, a modo de muralla de la vergüenza que permite mirar hacia otro lado sin que las vistas incomoden. Desde una de las azoteas, en el número 27, se expande por encima de los edificios y de la invisibilidad el eco de unas carcajadas femeninas. Son las Azoteístas del Lugo, una asociación impulsada por un grupo de mujeres que están o han estado en situación de prostitución, para ayudarse unas a otras a cumplir sus propósitos vitales lejos de la explotación sexual. "Nadie nos pregunta nunca por nuestros sueños e ilusiones, qué queremos hacer de ahora en adelante, pero también los tenemos y vamos a cumplirlos", afirma con rotundidad una de ellas.

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"Nuestras historias son fuertes y potentes, pero no queremos que solo nos victimicen sin preguntarnos qué queremos hacer en nuestras vidas, porque tenemos muchas cosas positivas que hacer y contar", expresa y subraya que "ese es uno de los pilares de nuestra asociación, tratar de cumplir nuestros sueños y ayudar a otras mujeres para que, si es posible, no piensen en ejercer la prostitución". ¿Con qué sueñan? "Desde pequeña he querido ser programadora informática, desde que conocí la tecnología; también me gustaría viajar, ser feliz, sacar a mis hijos adelante", confiesa otra más joven. "Mi sueño es ser enfermera y he empezado a estudiar Secundaria para serlo, no he tenido oportunidad pero ahora sí y voy a aprovecharla", responde otra de las mujeres desde el círculo que han formado en medio de la terraza. "¡Y lo vas a lograr, claro que sí!", le reafirman al unísono apretándole y agitándole las manos como transmitiéndole la fuerza del grupo.

El Centro Lugo atiende a cerca de 700 mujeres al año

Como cualquier persona, tienen nombre propio, identidad, intrahistorias. Pero hoy representan a muchas mujeres desde el anonimato; el miedo y la estigmatización todavía les pesa en el bolso donde tantas veces han portado el maquillaje para tratar de camuflar las lágrimas y la resignación ante los besos y caprichos forzados de los clientes que se creen sus propietarios. Cada año, en el Centro Lugo, gestionado por Cáritas Diocesana de Canarias desde 1988 y en cuyo alto se encuentra la azotea, atienden a entre 600 y 700 mujeres prostituidas. No existe un registro oficial, por lo que es imposible saber con exactitud cuántas se encuentran en estas circunstancias. Las trabajadoras sociales del centro sí han detectado en el último año un aumento del 54% de jóvenes de entre 18 y 24 años y de procedencia extranjera, tanto en las calles como en pisos y clubes.

"Salir de ahí es muy difícil, yo llevo cinco años fuera, pero a mí me ha rechazado la sociedad por el hecho de haber sido prostituta, porque me conocen, saben quién soy, y para trabajar es un impedimento, que no debería serlo porque ser puta no es un pecado, es una necesidad y una circunstancia, no es que nos guste estar con veinte hombres al día", relata. "Queremos que la gente sepa que no somos felices haciendo esto como se piensan, no es un trabajo, la situación nos ha obligado a emigrar, a dejar a nuestras familias y hogares por tener un plato de comida en nuestras mesas", aporta otra. "Y tenemos que cargar hasta con el rechazo de nuestras propias familias, de nuestros hijos, que es lo más triste".

Además de recibir asesoramiento para gestiones burocráticas o atención psicológica en las instalaciones del centro, la azotea es un lugar de encuentro, de apoyo y desahogo. Las mujeres se desprenden de la rabia y la impotencia que les genera el sometimiento por parte de los hombres, gritando y golpeando con fuerza un saco de boxeo a modo de terapia. Así, simbólicamente rompen las cadenas de la prostitución y tantos años de silencio. Están dispuestas a recobrar la ilusión, a reivindicarse, a volver al lugar del que fueron expulsadas por las vicisitudes de la vida. Tienen mucho que enseñar y que aportar a la sociedad.

Adriana Antolín es una de las doce trabajadoras sociales del Centro Lugo. Cada una atiende a cerca de 70 mujeres de manera individualizada, bien que dan el paso de llamar o a quienes se acercan en las calles, pisos y clubes para ofrecerles acompañamiento. "Tienen realidades diferentes y cada una se marca sus propios objetivos, nosotras las acompañamos en las decisiones que vayan tomando", explica Antolín. El itinerario de trabajo que siguen está adaptado a las necesidades personales, si bien "hay cuestiones básicas como gestionar el empadronamiento o el acceso a la tarjeta sanitaria, ya que muchas se encuentran en situación administrativa irregular lo que les supone una losa añadida también para buscar trabajo". Adriana confirma que "el simple encuentro y estar juntas compartiendo sus historias es terapéutico y hermoso".

Imparten charlas preventivas en los institutos

Siguen las carcajadas. La risa no borra el drama pero les permite olvidarlo por un rato. Es quizá el único mecanismo de defensa irrenunciable para ellas y que nada ni nadie puede arrebatarles ni comprar con dinero. Y es el preámbulo de las reuniones en las que tratan de organizar iniciativas en pro de su misión. En este rincón inexpugnable, las ideas brotan con confianza y seguridad: un mercadillo mensual donde vender elementos artesanales creados por ellas mismas con mensajes de superación personal para recaudar fondos, charlas y talleres preventivos en los institutos para que los jóvenes no caigan en las garras de la prostitución ni se conviertan en consumidores de sexo, son algunas de las propuestas.

"Los hombres se creen que son el amor de nuestras vidas y nos exigen que les tratemos como tal; nos piden hazme esto, hazme lo otro, y ahí nuestros derechos se ven pisoteados y nos vemos denigradas por todo lo que tenemos que hacer sin ser de nuestro gusto", prosiguen pensando en alto durante la reunión. Por ello, todas coinciden en que "es fundamental que se les eduque desde el colegio, debería ser obligatorio en los institutos porque lo más importante es la educación para que sepan que no se puede tratar así a las mujeres". Y las charlas que han impartido suelen ser efectivas. "Me he encontrado algún chico que se me acercó y me dijo que se sentía avergonzado", relata, "ven la situación en la que ellos mismos nos han puesto y que sus exigencias nos afectan como seres humanos y lo reciben como un bofetón de realidad y de una verdad que mucha gente no quiere ver", concluye.

La reunión finaliza por hoy. Ahora, una voz dulce entona el Hallelujah acompañada a coro; y la esperanza recorre Molino de Viento. Son las cuatro de la tarde, aunque en el interior de los prostíbulos parece que siempre es de noche. Algunas mujeres sentadas en sofás destartalados; otras apoyadas en los alféizares de los ventanales y en las puertas. Esperan a que comience el trasiego de clientes, ensimismadas, quizá diseñando sus sueños.

 
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