Opinión

Sobre la aceptación de la inflación como forma de gobierno

EL ENFOQUE 25 NOVIEMBRE

02:33

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Santa Cruz de Tenerife

El cerebro humano es inflacionista: prefiere vivir en la inopia, confiando en el valor absoluto del dinero. Es algo que se sabe desde hace poco menos de quince años, cuando la coyuntura económica adversa disparó las investigaciones académicas sobre la percepción sicológica de la crisis. Los estudios demostraron entonces que el área del cerebro que gestiona el placer prefiere la inflación a la estabilidad, aunque sea obvio que la inflación nos empobrece. Tener salarios crecientes -incluso si son salarios castigados por una inflación galopante- nos parece mejor que tener salarios congelados sin inflación. Es algo completamente irracional, pero es así. Y según los economistas, esa ilusión monetaria incongruente tiene un efecto dramático y muy real en el crecimiento de la inflación, porque provoca qua la economía se caliente de forma artificial con políticas expansiva, mayores salarios, más inflación, más recaudación de impuestos, más gasto público, más inflación y más consumo a precios más altos y más inflación en una escalada circular muy difícil de frenar que nos lleva al endeudamiento, la pobreza y la pérdida de poder adquisitivo.

Resulta difícil entender que existiendo la certeza contrastada de que la inflación sólo se controla reduciendo el gasto, la política en la hoy andamos instalados en todas partes –no sólo en España- es la de seguir alimentando la inflación con medidas que teóricamente persiguen paliar el sufrimiento de la gente –ayudas al transporte, paliativos para la pobreza energética, aumentos salariales, subvencionar la gasolina, préstamos a las empresas- y lo que hacen realmente es aumentar la espiral inflacionaria. Con eso no gana nadie, ni siquiera un Gobierno que recauda cada vez más gracias a la inflación (veinte millones más al mes en Canarias, por ejemplo).

La única forma de parar esto es desacelerar primero y meter el freno después, enfriar la economía, reducir el gasto público, congelar los salarios, aplicar políticas fiscales para la contención del déficit y la reducción de la deuda, acabar con las ayudas que no sean imprescindibles para la subsistencia… Pero el cerebro de nuestros dirigentes, como el nuestro, también es inflacionista. Y al contrario de lo que les ocurre a los ciudadanos, cada día más pobres, los políticos y sus administraciones disponen de más tiempo para seguir dejando que la inflación crezca. Para la política de hoy, dos o tres años son una eternidad, y quienes nos gobiernan no están pensando en otra cosa que no sea escapar ese par de años más. Después vendrá la crisis de verdad. Y durará.

 
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