Opinión

Sobre la gran renuncia

EL ENFOQUE 8 NOVIEMBRE

02:24

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Santa Cruz de Tenerife

¿Es posible –como dicen los empresarios del sector- que la construcción busque 20.000 trabajadores y no logre encontrarlos en las listas de desempleados de esta región? Parece descabellado, pero quizá no lo sea tanto. El impacto de lo que se ha dado en llamar la gran renuncia, -la desafección creciente de los trabajadores con sus responsabilidades y vínculos laborales- parece extenderse cada vez más por el mercado de trabajo de las islas. Las causas son perfectamente conocidas: dificultades para la conciliación familiar, inflexibilidad horaria, problemas de salud mental fruto del rechazo a las rutinas laborales, salarios tan bajos que a veces no consiguen garantizar al trabajador ni siquiera escapar a la pobreza, generalización de las ayudas públicas a los inactivos, desmotivación, y desvinculación emocional con la cultura del trabajo, o incluso cambio de lo que se entiende como búsqueda de la felicidad, una realidad que afecta especialmente a jóvenes millennial y centennial que no se sienten a gusto con lo que hacen.

No es un fenómeno del todo nuevo: tras el rechazo al empleo en la agricultura -el trabajo más duro que existe-, rechazo que se extendió por las islas con la generalización de la actividad turística y la vida urbana, y antes de que la pandemia trastocara completamente la percepción de miles de empleados sobre el valor de su propio trabajo, los empresarios del sector turístico –siempre en voz baja, por supuesto, porque censurar la mano de obra local es un tabú público- justificaban la contratación de personal extranjero no sólo en base a esa excusa recurrente que es la falta de formación en idiomas del trabajador de las islas, sino en el rechazo de los canarios a trabajar sirviendo a otras personas. La extensión de ese rechazo a más actividades –la construcción, por ejemplo, pero también el trabajo en oficinas y almacenes- es ya preocupante en las islas. El fenómeno de la renuncia laboral o big quit, de la que nadie habla aún con claridad en Canarias, provoca un impacto inmediato de los índices de desempleo y en la tasa de rotación laboral, porque miles de personas se cuestionan en las islas lo que hacen, y exigen cada vez más de sus puestos de trabajo, resistiéndose a recuperar la presencialidad y provocando un enorme deterioro en las empresas, y –mucho más aún- en unas administraciones públicas que cada vez más desatienden a los administrados. Y es en la esfera pública -donde el despido de un trabajador es tarea imposible- donde se debería estar librando la primera batalla por recuperar la moral laboral. Pero aquí nadie está por la labor. Absolutamente nadie.

 
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