Queipo saca al Sporting del tedio y de la zona roja

Gijón

Para marcar un gol, lo primero que suele ser necesario es chutar a puerta. Es lo que debió de pensar Queipo cuando, nada más comenzar la segunda parte del Sporting-Tenerife, por fin se convirtió en el único jugador del Sporting capaz de probar ese arte: el de disparar entre los tres palos. Máxima efectividad: un disparo, un gol. Y una victoria que vale oro, más después de que el Racing de Santander ganara su partido. La presión es ahora para la Ponferradina, que si pincha en el campo del líder (la UD Las Palmas) le permitirá al Sporting vivir un poco más tranquilo.

Tuvo que ser un canterano el que rompiera el tedio de un partido que en su primera parte fue absolutamente desesperante para cualquier Sporting. Un equipo plano, rancio, sin chispa ni capacidad de sorprender, que se había ido al descanso sin ni un solo tiro a puerta y, salvo un remate desviado de Juan Otero, sin ocasión alguna. Una sensación de frustración que provocó, en varios momentos, pitos en las gradas de El Molinón, que presentó la peor entrada que se recuerda en mucho tiempo (13.471 espectadores). La estéril posesión del Sporting y la falta de profundidad eran una pesadilla. No es que el Tenerife tuviera muchas ocasiones en esa primera mitad, pero al menos sí había hecho volar a Cuéllar en el primer minuto de partido ante un lanzamiento de falta de Nacho Martínez y más tarde Iván Romero protagonizó una buena jugada en el área, yéndose de Guille Rosas y dando un pase atrás que a punto estuvo de marcar en propia Marsá.

En la enésima vuelta de tuerca, Miguel Ángel Ramírez rectificó el sistema. Sentó a Cali Izquierdoz (que llevaba tiempo pidiéndolo a gritos) y apostó por una defensa de cuatro. Pero lo que sobre el papel parecía que sería un claro 4-4-2 acabó siendo otra cosa: una especie de 4-1-2-3, con Christian Rivera como pivote y Pedro Díaz y Cristo González como volantes. Sigue rechinando la posición del canario, máximo goleador del equipo, que en muchas ocasiones recibía a 45 metros del área contraria.

En la segunda parte a los sportinguistas se les heló el corazón en tres ocasiones: primero cuando el Tenerife reclamó un penalti de Guille Rosas sobre Nacho Martínez, después cuando Cuéllar tuvo que repeler un potente disparo de Enric Gallego, aunque en ambas ocasiones había fuera de juego. En la primera de ellas, el pitido del árbitro provocó un escalofrío, hasta que todos vieron al colegiado con el brazo levantado. Pero la peor, la que estuvo a punto de arruinar la tarde, fue el disparo al palo de Iván Romero en el primer minuto del descuento.

Lo mejor del partido fue el resultado. Futbolísticamente poco se pudo rescatar de una noche de perros en El Molinón, pero más allá del proceso, lo importante del partido era ganar o ganar. La permanencia, único objetivo planteable por este Sporting tan ramplón y tan deficiente en números, ya está un poco más cerca.