Por una Andalucía abierta

Córdoba

Cada año se vive con más intensidad el 28 de febrero. Generación a generación, va creciendo el orgullo de pertenecer a esta tierra, pero no por ensimismamiento o un anacrónico anhelo de superioridad. No es un nacionalismo mal entendido.

Cada día estamos más orgullosas y orgullosos de nuestra forma de vida. También de las andaluzas y andaluces que elevaron sus obras para el resto del mundo. En las letras, la pintura, la música o la ciencia. De quienes vivieron la aventura de descubrir nuevas fronteras. De quienes se dedicaron a cuidar la tierra y a reivindicar libertad.

Cada generación deja más atrás el estereotipo de un pueblo sometido y obediente. Miran la corta etapa negra del franquismo, dentro de la larga historia de Andalucía, y la apropiación de unos símbolos que no pertenecían a un tirano que quería lavar sus atrocidades con nuestro arte y alegría.

Cada pueblo de esta extensa tierra tiene una forma especial de estar en el mundo, de entenderse y de seguir enriqueciendo nuestro idioma. Además de generar comunidad.

Este 28 de febrero hemos visto los símbolos clásicos de nuestra cultura. El flamenco, nuestro andaluz o nuestras fiestas. Pero lo que más me enamora de Andalucía, y espero que nunca se apague, es su diversidad y su curiosidad. Una sociedad diversa que, como elemento común, afronta la vida con alegría. Que abren sus brazos a los diferentes. Y también miran el mundo con curiosidad para crecer, porque aquí en su tierra tienen un colchón que nunca se acaba.

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Ese es el inmenso concepto de Andalucía que debe crecer en nuestros niños y niñas. Los que viven con intensidad nuestro día con un buen desayuno de pan con aceite. Mirando al futuro.