Ocio y cultura

Las bingueras de Eurípides: Tornado de talento en el Falla

Las Niñas de Cádiz vuelven a brillar en el cóctel perfecto de tragedia griega y humor gaditano

El reparto de Las bingueras de Eurípides, obra de Las Niñas de Cádiz / Susana Martín

Cádiz

Es difícil calibrar la importancia de un momento hasta que ocurre. Pero la compañía Las Niñas de Cádiz tiene tomada la medida a cada una de sus actuaciones en Cádiz. Quizá porque es la meta de cada una de sus obras. Desde que brota la primera semilla de una idea hasta que se le pone el punto y final, todo ese proceso, cargado de intensidad y esfuerzo, está pensado para que llegue el día de llevarlo al Teatro Falla de Cádiz. Es al mismo tiempo un momento feliz, pero también una enorme responsabilidad porque es la culminación del trabajo. Ha ocurrido así este fin de semana con Las bingueras de Eurípides. Y el Falla devolvió esta generosa entrega de talento como el que se lanza a un tornado que viene de frente. Sopla tan fuerte que no hay más remedio que dejarse llevar.

Las bingueras de Eurípides sigue la estela de la revisión de los textos griegos, pasados por el tamiz gaditano, que tan bien les está funcionando en sus últimos espectáculos a Las Niñas de Cádiz. Aquí se versiona Las bacantes, el mito de esas mujeres que adoraban al dios Dionisio, también conocido como Baco, y con él, la pasión por los placeres más terrenales que otorgan el vino y otros licores. Aquí, como en el texto original, Dionisio baja del cielo a la tierra, y en esta versión tan especial, para encarnarse en Dionisia (Ana López Segovia), una mujer misteriosa, de desconocido origen, pero que atrapa, por su inconmensurable capacidad de hacer felices a las mujeres que la rodean.

Dionisia se hace imprescindible para dos vecinas (Teresa Quintero y Rocío López Segovia), con las que en un local juegan a partidas de bingo clandestino, donde son felices, porque son libres, porque están lejos de esos hombres que las condicionan y les roban la alegría. A estas comadres les sobran hombres que las juzguen, las limiten, las frenen, y les hacen falta amigas que las animen, que las comprendan y con las puedan reírse. A este grupo se incorpora Mercedes (Alejandra López Segovia), una mujer que se ha quedado viuda, enganchada a las pastillas contra la depresión, y que ve en ese bingo la mejor vía de escape a todas sus tristezas, aunque termine siendo el principio de un camino hacia una tragedia irreversible. Frente a ellas, dos hombres, dos policías (Fernando Cueto y José Troncoso), uno de ellos obsesionado con que allí se juega al bingo, y, al ser una actividad ilegal, se marca como misión descubrirlas.

José Troncoso es también el director de esta obra, en la que vuelve a dar una lección de cómo mantener la atención del espectador, con un ritmo vertiginoso, en el que cada gesto, cada verso, cada posición de los cuerpos, cada acento, se mide al milímetro, ofreciendo imágenes de gran belleza, como el que traza una pintura perfecta sobre el escenario. El texto de Ana López Segovia vuelve a ser otra virguería, una pieza de orfebrería lingüística que bebe de la frescura e irreverencia del carnaval, de las coplillas y romanceros de la fiesta callejera, elevados aquí a alta cultura. Todo, además, colocado con una meditada sencillez, de forillo negro y cuatro sillas, una de ellas de ruedas, que otorga una singular frescura y agilidad.

Funcionan el humor absurdo, las referencias locales, los momentos musicales de esperpento, las buenas y los malos, los excesos verbales, las rimas caleteras para llegar al bingo, las hipérboles... Destacan en una obra sin frenos los monólogos en solitario de sus protagonistas relatando los momentos más duros de sus vidas: la muerte de un hijo, de un marido, o una infidelidad con forma de tornado. Están inspirados en la vida misma de Cádiz, relatos que la autora ha escuchado con asiduidad, pero siempre con admiración, de las conversaciones naturales sobre tantos dramas que pasan en Cádiz. De esas mujeres que cuentan sus tragedias con tanto desparpajo que, aunque se cuenten males, provocan risa. Y todo esto sale bien gracias a la magia que crean los seis intérpretes con soltura y complicidad en todos los momentos. Ana vuelve a clavar su rol masculinizado de diosa; Teresa se come el escenario en sus penas y risas; Rocío desborda comicidad en su escena del tornado; y Alejandra brilla en el papel de esa mujer venida a menos pero desencadenante de todo. Y ellos también salen triunfantes, con un tierno José Troncoso, y un convincente Fernando Cueto, en su papel de incansable policía.

Las bingueras de Eurípides divierte, mientras de forma consciente, introduce los temas de fondo que son también constante en la trayectoria reciente de Las Niñas de Cádiz: la libertad de las mujeres, su reivindicación a ser lo que ellas quieran, su derecho a divertirse, a hacer lo que quieran. Frente a ellas están los yugos que representan los hombres, los padres, los hijos y los represores en general. Los hombres que provocan la infelicidad, que borran sonrisas, y a los que, en la obra, de forma metafórica y literal, se les va amputando ese poder que tenían sobre ellas. Dionisia ha montado un bingo ilegal para decirles a las mujeres que pueden beber, reír, disfrutar, amar, exprimir la vida como una naranja, como escribiera Baudelaire.

Al igual que en la anterior, donde la voz de Nina Simone cerraba El viento es salvaje, Las bingueras también se despide con una canción, la poderosa A la pelota, en la que Dolores Vargas Terremoto celebraba con alivio que su hombre se marchara al fútbol o los toros y la dejara sola en casa. Ese cierre musical solidifica aún más el poderoso mensaje de la obra.

Hace ya muchos años que Las Niñas de Cádiz se liberaron de yugos. Que se leyeron a los clásicos, cogieron el nombre de su ciudad, y se marcharon fuera pero recordando cada detalle de su gente, su habla y su arte, y empezaron a crear éxitos teatrales, con los que siguen recorriendo España. En verdad esa es su única atadura visible, la que les conecta continuamente a Cádiz, ese lugar del que se fueron, pero del que nunca terminan de irse. Hace solo unos días que Ana López Segovia y José Troncoso volvieron a reivindicar la grandeza del talento de su ciudad en la gala de los Max, y ahora lo han vuelto a traer hasta el mismo teatro evocando a las gaditanas que ven la vida pasar frente a los cartones, olvidando penas, esquivando males, con la felicidad efímera que da cantar una línea o un bingo entre amigas. Para Las Niñas de Cádiz actuar en el Falla es una meta. La meta. Y, hasta ahora, siempre la han cruzado con un tornado de talento.

Pedro Espinosa

Pedro Espinosa

En Radio Cádiz desde 2001. Director de contenidos de la veterana emisora gaditana. Autor del podcast...

 
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