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Urbas

Firma de opinión de la periodista Irene Contreras

Urbas. Irene Contreras

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02:27

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Córdoba

No me gustan las urbanizaciones que se están levantando en los márgenes de los barrios, donde antes acababa la ciudad, y en los huecos que dejó sin edificar el estallido de la burbuja inmobiliaria. Donde menos te lo esperas brota de pronto un bloque de viviendas colmena, perímetro vallado con sistema de videovigilancia, ventanas con aislamiento termoacústico, calefacción central, zonas comunes con piscina y pista deportiva, precios inasumibles para el sueldo medio de esta ciudad de turismo y servicios que, sin embargo, hipotecan durante 50 años a parejas jóvenes dispuestas a perpetuar los principios rectores de una de las mayores estafas piramidales que ha conocido Occidente -la familia tradicional-, que buscan una vivienda en propiedad con zona de esparcimiento y juegos donde poder soltar a la descendencia por las tardes sin miedo a que crucen la acera y un patinete se los lleve puestos.

Estas urbanizaciones lucen como cárceles amables, espacios para encerrarse en pequeñas comunidades sectarias donde encontrarás todo lo necesario para no tener que salir más que al Mercadona o al Mercado Medieval o al centro en Navidad para ver las luces, evitándote así tener que relacionarte con gente que no consideres de tu clase, que por otro lado no es otra que la clase dominada, por más que mudarte de Fátima a una 'urba' con jardines y ventanas abatibles te haya hecho caer en la trampa aspiracional de la clase media.

Sorprendentemente, mientras la ciudad se expande por los costados a base de promociones que parecen hechas con molde, todas con gimnasio y spa pero sin alma, el censo de población se desploma muy a pesar de las parejas jóvenes que se hipotecan para vivir en ellas, hasta el punto de que si comparamos el ritmo al que crecen los metros cuadrados útiles con el que lleva la demografía no nos salen las cuentas.

Seguramente el truco está en que, mientras se expande por los extremos, se va vaciando por el medio: donde antes había hogares ahora hay gente de paso, y donde había infravivienda y casitas humildes ahora hay hoteles con encanto, restaurantes de postín y mercados gastronómicos con azotea y vistas. Y a decir verdad, en comparación con los beneficios del paraíso multiservicio de la urbanización, vivir en el Casco, donde por no haber no hay ni placas solares, es a día de hoy un privilegio o un acto de fe, y ya hemos visto en otras ciudades lo que pasa cuando no se le pone freno: que este mal se va propagando por los barrios hasta expulsar a sus vecinas a los arrabales.

Y así acabará Córdoba, convertida en un donut gigante con un hueco de 300 hectáreas en el centro. Pero para qué preocuparse, si dentro de algunos años y después alguna que otra guerra de taifas nos pillará por sorpresa un terremoto que destruirá por igual las promociones de los 70 y las nuevas urbanizaciones de la periferia. Por lo visto esto es algo que le pasa a todas las ciudades. Incluso a las más brillantes.

 
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