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Opinión

Decir bien las palabras no es elitismo

"Con las clases de geometría aprendíamos que el lenguaje que valía para comprender la realidad no era el mismo que nos servía para comunicarnos. Un día que mi padre se compró unos zapatos, le pedí que me guardara el paralelepípedo, y me que quedé sin caja"

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Barcelona

A ninguna otra figura geométrica me sentía tan cercano como al rectángulo. El cuadrado, no. El cuadrado representaba la tiranía. Tenía pinta de Jefe de Estado impartiendo una justicia, una ejemplaridad de todos iguales que solo le beneficiaba a él. La equidad no existe, es la conjura de las reglas. Y sin embargo, ahí estaba el cuadrado, con ese aplomo de lo que nunca va a caer, haciendo alarde de una rectitud insensible. Porque aunque es evidente que los cuadrados tienen todos sus lados iguales, cualquiera que haya sufrido, por ejemplo, un rectángulo, o una elipse, sabe que la igualdad debe ir acompañada de libertad y de fraternidad. En Francia, estas tres ideas encuentran una correspondencia en los tres colores de su bandera. En España, lo único tricolor que nos queda es el dulce de membrillo. Bueno, se llama jalea, palabra que, a su vez, viene del francés. Así, que volvemos a lo mismo. El rectángulo era el Fred Basset de la geometría, aquel perro salchicha de las tiras del periódico, de natural conformista y al que nunca se acababa de comprender. Proyectado en tres dimensiones, un rectángulo se transubstanciaba en caja de zapatos, mi objeto preferido. La madre de todos los juegos. Lo mismo se convertía en un coche, que servía para criar gusanos de seda. Con las clases de geometría aprendíamos que el lenguaje que valía para comprender la realidad no era el mismo que nos servía para comunicarnos. Un día que mi padre se compró unos zapatos, le pedí que me guardara el paralelepípedo, y me que quedé sin caja. Por otro lado, los rombos eran insufribles. Por culpa de los rombos, me quedaba sin ver la tele. La gente llevaba calcetines con rombos. Entonces, abundaban los descampados. Y en los polígonos, los de los camiones, decir paralelepípedo no era elitismo, sino conciencia de clase.

 
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