La epopeya olvidada de la Norteamérica hispana

Madrid

Durante cincuenta años, desde 1815, fueron llegando a la nueva nación americana del norte unos cinco millones de personas que protagonizaron el encuentro y desencuentro de las culturas anglosajonas e hispanas. La anglosajona fue prevaleciendo hasta difuminar y manipular la historia dominante. Hoy la cultura latina norteamericana crece más velozmente que ninguna otra, y reencuentra sus raíces.

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El cine que retoca la historia

Un negociante de Illinois llamado Joseph McCoy construyó en 1867 un embarcadero ferroviario de ganado en Abilene. En unos pocos meses, un grupo de barracones y unos corrales bien abastecidos de agua y pastos la convirtieron en la ciudad de llegada de ganado más próspera y célebre de toda Norteamérica; la ruta más famosa era el llamado "camino de Chisholm", que arrancaba desde la frontera mexicana del Río Grande. Howard Hawks estrenó su obra maestra 'Río rojo' en 1948, contando la creación de aquella ruta. Jesse Chisholm llevó 250 mil cabezas de ganado desde Texas hasta Chicago en 1867, dejando abierto un camino para otros ganaderos. La hazaña, que la película de Hawks respeta en sus aspectos básicos, olvida que ocho o más de cada diez vaqueros eran negros o hispanos; llega al extremo de transformar al propio Chisholm, del mestizo y cherokee que fue, en el blanco anglosajón John Wayne. La pantalla retocaba la historia.

Hasta el estreno de 'Una ciudad llamada Milagro' de Robert Redford, a finales de los ochenta, no hubo ni una película de gran producción con el foco en el mundo hispano-norteamericano. La presencia latina en la gran maquinaria cinematográfica hollywoodiense es ínfima, negativamente desproporcionada para la cantidad de hispanos.

Un viaje por las raíces

La periodista e historiadora Carrie Gibson, que acaba de publicar "El Norte. La epopeya olvidada de la Norteamérica hispana", en la editorial EDAF, nos comenta desde Londres algunos detalles que explican su inmersión en las raíces del hispanismo.

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Las historias racistas de asesinatos, ejecuciones y linchamientos se esfumaron de la memoria colectiva de los anglos, pero para los tejanos y mexicano-estadounidenses nunca murieron, preservadas en relatos familiares o en desgarradores corridos y baladas, al margen de la cultura predominante.